Ayer se celebró en tierras estadounidenses el Super Tuesday #3, el tercer supermartes en la carrera de primarias, en el que han votado los ciudadanos de Florida, Illinois, Missouri, Carolina del Norte y Ohio tanto para demócratas como republicanos. Y el resultado no sorprende demasiado, sino que afianza el camino hacia la Casa Blanca tanto de Hillary Clinton por el lado de los demócratas como del magnate Donald Trump por el lado republicano, máxime tras la renuncia de Marco Rubio, candidato soñado por el establishment del GOP y que ha sufrido una humillante derrota en el estado por el cual es Senador, Florida, quedando 15 puntos por debajo de Trump.
Mientras que entre los republicanos se suceden las bajas (Jeb Bush, Carly Fiorina, Ben Carson, Marco Rubio…) la carrera entre los demócratas se mantiene sin grandes sorpresas desde el principio: Hillary Clinton supera hoy día en más de 300 pledged delegates (delegados comprometidos a votar por un candidato) al candidato independiente Bernie Sanders, sin contar con los 712 superdelegados (que pueden apoyar a quien quieran en la Convención Demócrata en Filadelfia), los cuales están mayoritariamente con la ex Secretaria de Estado. Tras la renuncia del candidato Martin O’Malley tras su desastroso resultado en Iowa, primera batalla para ganar la nominación presidencial y en la que consiguió un triste 0,6% de los votos, la distancia entre ambos contendientes no ha dejado de aumentar llegando a su punto más alto anoche, tras la victoria de Clinton en todos los Estados en juego.
El futuro de la carrera demócrata
La distancia alcanzada supone un gran respiro para Hillary Clinton, cuyas sucesivas victorias con distancias de dos cifras en la zona sur del país (que cuentan con mayores masas de voto afroamericano o hispano, más proclive a elegirla) hacen que sea prácticamente inalcanzable a estas alturas. El modelo de reparto de delegados demócrata, proporcional, hace que sea inmensamente difícil remontar una distancia tan amplia (sin contar superdelegados) por lo que Sanders lo tiene prácticamente imposible incluso a pesar de que a partir de ahora los estados que quedan, exceptuando excepciones como Arizona, California, Maryland y quizá Nueva York; tienen una demografía mucho más proclive al Senador de Vermont. La gran esperanza de Sanders, ganar ‘momentum’ tras la preocupante (para Hillary) victoria que obtuvo en Michigan se ha desvanecido en el aire al incluso perder por dos décimas el Estado de Missouri, en el cual una victoria podría haberle dado un poco de oxígeno.
En resumidas cuentas, salvo un desastre inesperado que pusiera patas arriba toda la campaña de la ex Secretaria de Estado, Hillary será la próxima candidata demócrata en las elecciones presidenciales de noviembre.
Es hora de dejar el camino despejado: Bernie must go
Las comparecencias de Hillary Clinton y Bernie Sanders, producidas con horas de diferencia (Sanders dio un discurso de unos 45 minutos solapado con el de Trump, por lo que apenas tuvo cobertura en las grandes televisiones del país – algo similar a lo que le pasó a Clinton en la anterior cita con las urnas) fueron como la noche y el día. Mientras Clinton atacó a Trump y tuvo amables palabras para Sanders y la “vigorosa”, en sus propias palabras, campaña que el Senador está realizando Sanders optó por seguir al ataque de su contrincante, exigiéndole publicar las transcripciones de sus discursos ante grandes corporaciones, criticando el uso de Super PACs y machacando en el supuesto amiguismo o posible compra de posiciones políticas. No faltó su mensaje contra los millonarios y billonarios, tal y como se esperaba, pero sí faltó algo que no deja de sorprender: faltó alguna mención por su parte a los resultados de la noche.
Efectivamente, la campaña para ambos ha llegado a un punto en el que Clinton puede mostrarse amable con Sanders, algo que le conviene hacer puesto que necesitará el apoyo de quienes están votando al Senador cuando se celebren las elecciones presidenciales, pero a él no le queda ninguna otra estrategia que lanzarse al cuello para intentar destruir su credibilidad, y por ende, su ventaja.
Esto trae problemas de cara a noviembre: un electorado más polarizado, en el que los demócratas apoyan mayoritariamente a Clinton pero en el cual la gran bolsa de votos independientes, muy necesaria, quizá no esté tan por la labor. De ahí la suavidad en el mensaje de Clinton estas últimas fechas: con la nominación prácticamente asegurada no le conviene enfadar a esos millones de americanos cuyo apoyo necesitará.
La campaña de Sanders, además de “vigorosa”, también puede calificarse como tenaz. A pesar de no hacer ninguna mención a la derrota en los cinco estados en juego sí dejó caer un mensaje, el mismo que en las demás ocasiones: que luchará hasta el final, hasta la Convención Demócrata que se celebrará a finales de junio, aún a pesar de que esto signifique que el candidato demócrata seguirá bajo fuego amigo hasta cuatro meses antes de las elecciones.
La sorprendente contienda entre Sanders, un candidato del cual hace unos meses no se esperaba demasiado, independiente, autocalificado como socialista y de un Estado de poca importancia ha hecho que sin duda alguna Hillary Clinton haya no sólo mejorado como candidata en un plano personal, sino que ha conseguido introducir temas en la agenda de los que quizás no se hubiera hablado tanto y ha arrancado leves cambios en las promesas de Clinton. Se puede decir, sin temor a equivocarse, que ha sido una competencia sana y de alto nivel argumental (sólo hace falta comparar los debates demócratas con los republicanos). Pero mientras hasta ahora ha beneficiado a la sociedad, al partido y a ambos candidatos una batalla de cuchillos por parte de un candidato descolgado puede herir no sólo la imagen de la Clinton candidata sino también fragmentar de forma irreconciliable a corto plazo las bases que podrían apoyar su candidatura, progresista, hacia la Casa Blanca.
Sanders debería, si no facilitar la entrada en la Presidencia de Hillary Clinton, sí complicar que sea el misógino y bravucón Donald Trump o el fundamentalista Ted Cruz quienes se alcen con el bastón de mando del país. En un punto en el que su campaña está prácticamente muerta debería mirar más allá de sus propias posibilidades, hacia un país en el que una victoria del sector más echado al monte del GOP llevaría grandes retrocesos no sólo en términos económicos o de libertad.
Esto posiblemente no sucederá. Las presiones por parte del establishment demócrata podrían funcionar si éste fuera un miembro de dicho partido, pero en su condición de independiente ya ha afirmado que sólo se presenta a las primarias por el partido demócrata para conseguir más dinero y cobertura en medios. Sin ataduras de lealtad por su partido es complicado que mire hacia algo más que su propia figura y campaña, y permita que esos minutos gastados en peleas entre progresistas se centren en derribar uno por uno el muro de odio y miedo que los dos candidatos del GOP que más delegados tienen están construyendo para intentar ser presidentes.
Aunque ello signifique una lucha más complicada dentro de ocho meses.