Se dice que con el paso de los años se pierde la perspectiva de lo que se sentía al ser joven. Es algo inevitable, aunque no a todos afecta en igual medida. No hay nada, excepto quizás tener niños, que pueda frenar la inexorable erosión de nuestros recuerdos de diez, quince, treinta años atrás. Cuanto más crecemos más conscientes somos de esa barrera invisible que nos separa de las nuevas generaciones, una especie de telón de acero transparente que separa sentimientos, puntos de vista e incluso formas de hablar.
Estos últimos días circula profusamente por Twitter la fotografía que aquí adjunto. Unos niños de ¿14? ¿13 años? en el Rijksmuseum de Ámsterdam, sentados con el teléfono móvil en lugar de apreciar De Nachtwacht, uno de los cuadros más famosos de Rembrandt. Pero no circula sola: lo hace acompañada de comentarios que en el mejor caso son de asombro y en el peor de enfado o pena.
Pues bien, ante esto yo tengo algo que decir: been there, done that. Yo también fui un niño. Y tú también. Hubo un tiempo en el que preferíamos ir a jugar al parque que al Museo del Prado, o ver Doraemon a leer el último libro de Ken Follet. Hubo un tiempo en que lo mejor de esas excursiones con el colegio o el instituto era deambular por la calle con tus compañeros y perder clase, y lo peor tener que estar en silencio viendo, que no mirando, cuadros o estatuas. Y en ese momento, encerrado en un museo que no te interesaba lo más mínimo, buscabas por todos los medios un lugar donde sentarte y entretenerte: quizás charlando (es curioso, no me acuerdo con qué nos entreteníamos antes) o, si se da el caso, con el móvil.
Pero la inevitabilidad llegará, como siempre, para ellos. Y muchos, espero, de esos niños y niñas dentro de quince, veinte años habrán disfrutado del Rijksmuseum, o del Louvre si son algo más afortunados. Porque a mí me llegó, y haber ignorado los cuadros cuando era (más) joven no me impide que años después haya disfrutado con el Museo del Prado, el Louvre, la Saint Chapelle, los Museos Vaticanos o la Galería degli Uffizi.
Nosotros también fuimos niños. Y por ello, antes de exclamar nuestra pena por cómo la juventud se va a la mierda, debemos hacer un ejercicio de memoria. Y recordar que, en nuestros años mozos, posiblemente nosotros no fuéramos tan distintos.